
La noticia era que poco después de despegar del Aeropuerto John F. Kennedy, el aerobús de American Airlines, vuelo 587 con rumbo a Santo Domingo, se había estrellado en un barrio residencial de Nueva York. Según el Listín Diario, en el accidente fallecieron 175 dominicanos, que junto con los demás que perecieron dejó un saldo de 265 muertos.

Ante esta terrible noticia los sentimientos de Ramona tuvieron más razón que nunca para estar en conflicto. Ahora estaba afligida por la inesperada muerte de su suegra y de su cuñada. Pero no podía dejar de estar agradecida a Dios por las circunstancias que impidieron que su esposo Yorkis tomara ese vuelo.
En la sala de espera del Aeropuerto Internacional Las Américas de Santo Domingo al que se dirigía Ramona Vargas, Güela Rodríguez también sufrió tremendos altibajos emocionales ese lunes. En avanzado estado de gestación, al principio sufrió un cruel descalabro emocional cuando escuchó la trágica noticia. Pero un rato después le sobrevino un ataque de histeria cuando vio aparecer a su madre, Carmen Pereira, y a su hijo Wilson de cuatro años, a los que daba por perdidos porque estaba segura de que ambos iban a bordo de aquel avión. Resultó que su mamá había hecho planes para tomar ese vuelo que partió de Nueva York, pero a última hora había optado por viajar con su nieto en otro vuelo que partió de Boston.1
Ese fatídico lunes la muerte tocó a la puerta de Rosa Pérez y de Johannie, así como de otros 173 dominicanos y de 90 personas más como consecuencia del accidente del vuelo 587, y se los llevó. Pero lo cierto es que tarde o temprano la muerte tocará también a la puerta de los pocos que se salvaron, así como tocará inevitablemente a la nuestra, y no dejará a nadie sino que nos llevará a todos, uno por uno. De eso no hay duda. Lo único que está en tela de juicio es el lugar en que hemos de pasar la eternidad. Más vale que decidamos hoy mismo preparar el viaje a la patria celestial para vivir eternamente con Cristo.
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