Hay dos definiciones de perdón que deben tenerse presente para comprender en qué consiste. El Dr. Archibald Hart señaló: “Perdonar es renunciar al derecho de herirte porque me has herido” y Tony Campbell expresó: “El perdón no es un beneficio que le confiero a otra persona, es una libertad que me doy a mí mismo”. Perdonar es renunciar al deseo de venganza por lo que me han hecho, es borrar la lista de las ofensas que hemos recibido. No perdonamos porque la otra persona cambió, perdonamos porque necesitamos eliminar el dolor que llevamos por dentro.
Sin perdón, experimentamos un dolor continuo. Con él, aun cuando los recuerdos sigan en nuestra mente, podremos empezar a mirar hacia delante con esperanza porque el dolor que sentíamos comenzó a desaparecer.
A pesar del gran amor que tenemos por nuestra familia, muchas veces, perdonar es difícil y más difícil cuando aun estoy herido. Tal vez nos han tratado mal o han despreciado nuestro amor y cuidado. Lo cierto es que debemos perdonar incluso cuando la otra persona no se arrepienta o cambie de actitud. Por lo general buscamos excusas como: “Si dejara ese estilo de vida yo lo perdonaría.” No obstante, debemos perdonar a pesar de que no haya evidencia de cambio alguno. Esto no significa que mantengamos una actitud pasiva ante el abuso, la humillación o la agresión. Más bien, si perdonamos, elevamos nuestra dignidad y esta nos permite tener la firmeza necesaria para detener el abuso.
La falta de perdón casi siempre trae consigo aislamiento, amargura, dolor y distanciamiento. Al terminar una conferencia un ejecutivo con lágrimas en sus ojos dijo: “Hace cinco años mi papá y yo discutimos fuertemente y nos distanciamos. Durante todo este tiempo no nos hemos hablado y tampoco lo he visito. Hace tres años nació mi hija y muchas veces me pregunto si él quisiera conocerla. Mi hija no conoce a su abuelo, ni ha escuchado su voz. Esto es muy duro y no lo soporto más.”
El perdón debe darse a pesar de las heridas profundas, los sueños frustrados o las promesas rotas. Sin perdón, no hay posibilidad de reconciliación. Es posible que sea difícil perdonar a alguien que hiere demasiado, pero hacerlo es algo que prepara el camino para reencontrarse.
Solo cuando renunciamos a nuestro derecho de tomar venganza, de señalar y juzgar, hemos perdonado con sinceridad. Todos debemos luchar por alcanzar esta libertad y al hacerlo, aumentamos nuestra capacidad de amar.
Existen personas a las que el perdón se les dificulta en gran medida. El problema es que se resisten a dejar la ofensa en el pasado. Es frecuente que estas personas no puedan reconocer el daño y el desgaste que sufren. La falta de perdón ocasiona que el dolor, el enojo, la frustración y la amargura estén presentes de forma constante; por eso la persona se encuentra atada a esos sentimientos negativos, no es libre y en la medida en que permanezca en esa posición, se deterioran su salud y su vida emocional.
El perdón no es fácil de comprender. Por lo general estamos esperando “sentir el deseo” para otorgarlo. Sin embargo, más allá de sentir, está la decisión de renunciar al derecho que creemos tener de vengarnos por lo que nos han hecho. Es optar por ser libres de los sentimientos que se quedaron atrapados en un pasado.
No obstante, a pesar de todos los beneficios que reconocemos en el perdón, además de que no es fácil de comprender, tampoco es fácil de otorgar. Se requiere voluntad, decisión y perseverancia para sostenerlo en el tiempo. El perdón es un proceso, y la señal más contundente de que este proceso ha dado su fruto se hará evidente cuando un día nos sorprendan los recuerdos de lo ocurrido y ya no experimentemos dolor.
Sin lugar a dudas, ante una ofensa, el perdón es la única forma de experimentar libertad y sanar el dolor que nos esclaviza a otra persona. Por otro lado, es lo único que posibilita restablece la relación. El perdón es la única forma de ser libre de la amargura y del deseo de venganza.
1. Los caminos de la comunicación
Todos, a pesar del amor que nos tengamos, vamos a lastimar a las demás personas y principalmente, a nuestra familia. Esto independientemente de cuánto amor o cuánta estima exista entre nosotros. ¿Por qué? Porque no somos perfectos y porque, en ocasiones, nos lanzamos a expresar lo que pensamos y sentimos sin considerar las consecuencias. Este dolor sufrido a causa de que nos lastimaron, es uno de los más profundos que existen porque no esperamos que aquellos que conforman nuestro círculo íntimo, en quienes confiamos nos hieran.
Lo cierto es que, debido a la cercanía y la confianza, podemos lastimar de dos maneras: involuntaria, donde solo el que se sintió ofendido lo percibió de esa manera, como por ejemplo, cuando la otra persona se siente ignorada, no comprendida o no escuchada, subestimada o; cuando no respondemos en la forma que ella espera. O bien, lastimamos intencionalmente. ¿Cómo lo hacemos? Levantamos la voz, realizamos un gesto, rechazamos, menospreciamos, humillamos u ofendemos.
Por otro lado, incluso si deseamos pedir perdón y nos mostramos arrepentidos por las heridas que causamos en el otro, puede que ese perdón, esa disculpa, no sea bien recibida. ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros pide o espera el perdón de maneras diferentes. Así como expresamos amor de una manera particular, todos nos disculpamos a nuestra manera.
Debemos aprender a escuchar para procurar comprender lo que nos están diciendo y así distinguir cómo le agrada a la otra persona que le expresemos nuestro arrepentimiento. Porque todos nos equivocamos, debemos saber expresar disculpas en el lenguaje que el otro pueda interpretarlo correctamente.
Tenemos que superar esos obstáculos pues, cuando la otra persona está herida, es una expresión de amor procurar su salud emocional. Para esto debemos con humildad pedir perdón.
2. Lo que impide el perdón
2.1. Orgullo
El orgullo es la principal causa que impide el perdón y la reconciliación. No deseamos reconocer que hemos lastimado por simple orgullo. El orgullo se manifiesta cuando hacemos prevalecer nuestro ego sobre los sentimientos de los demás. El orgullo nos hace insensibles, hirientes y, en ocasiones, no somos conscientes de la gravedad del daño que hemos ocasionado. Pero precisamente, podemos impedir la restauración cuando no somos conscientes de que la otra persona está herida. Por eso es importante que cuando nos sintamos lastimados, luego de enfriar nuestras emociones, comuniquemos cómo nos sentimos.
Al comunicar que estamos afectados o lastimados, debemos hacerlo sin juzgar a la otra persona, porque no necesariamente nos hirió intencionalmente. Normalmente, reaccionamos a la ofensa y herimos de vuelta como un mecanismo de defensa o un acto de venganza, pero solo se manifiesta cuando permitimos que el orgullo domine nuestra reacción.
2.2. Autojustificación
Sucede cuando no damos el brazo a torcer o cuando queremos salir del paso nada más, en lugar de restituir la ofensa. Pero pedir perdón debe surgir de un arrepentimiento sincero y reconocer que causamos una herida. El objetivo final del perdón es disminuir el dolor en la otra persona y procurar restaurar la relación. No es el momento de justificarnos o de subestimar los sentimientos de la otra persona, es tiempo de restaurar a quien está ofendido. Siempre vamos a intentar racionalizar nuestro actuar, pero cuando la persona que amamos está herida, lo único que queda es el camino del perdón.
2.3. Indiferencia
Cuando subestimamos los sentimientos de la otra persona normalmente reaccionamos con indiferencia. La indiferencia la justificamos diciendo que con el tiempo lo va a superar o que, eventualmente, va a entender nuestra forma de demostrar afecto… aunque sea totalmente opuesto a lo que el otro espera, pero la verdad es que la otra persona resiente lo que percibe como falta de afecto y sensibilidad. En una pareja herida, ella dice: “Te envío mensajes de amor expresándote cuánto te necesito, y te digo cuánto te amo. Pero me siento ignorada, nunca me respondes. Quisiera que me dijeras que me amas, nada más. Me siento abandonada, incomprendida y creo que no quieres hacer ningún esfuerzo por demostrarme que me amas”. Él responde: “Yo ayudo en la casa, hago las compras, trabajo duro para pagar cuentas, pero nunca lleno tus expectativas. Me esfuerzo y no me siento apreciado o valorado. No sé qué más es lo que quieres”. Ella contesta: “Parecemos dos extraños compartiendo una misma casa. Nunca me acaricias o me dices: ‘te amo’. Extraño tus palabras de afecto. El romance lo perdimos hace años”. Esto podría convertirse en un círculo donde lo que perciben como indiferencia del otro logra distanciarlos.
Cuando prestamos atención a las necesidades del otro y no a la manera en que queremos responder a ellas en nuestra propia subjetividad, es cuando abrimos el camino al entendimiento, a la cercanía y a la intimidad.
2.4. Amargura
El enojo busca una forma de manifestarse, necesita una forma de salir, quiere expresarse; si no lo dominamos a tiempo, sus efectos pueden ser de dolor retenido más del tiempo debido, y destruimos nuestra vida y la de los demás.
Cuando retenemos la ofensa más de la cuenta se convierte en amargura. La amargura se instala cuando rehusamos perdonar las ofensas y, como el cáncer, crece y crece hasta que destruye todo lo que le rodea. Por eso, todo dolor experimentado por una ofensa debe ser expresado, para que no demos lugar a la amargura. La amargura y el odio no logran nada, y consumirán nuestras fuerzas totalmente porque deseamos que nos restituyan, queremos justicia ante una decepción. La amargura se alimenta del resentimiento.
Una persona amargada está dañando su salud física y emocional. Si el perdón no se otorga a tiempo, podríamos caer en deseos de venganza.
2.5 No tenemos un modelo a imitar
Al no haber visto a otras personas cercanas pedir perdón, no sabemos cómo hacerlo. Pero es peor aun cuando nuestros padres nos dijeron que pedir perdón es un signo de debilidad. Por lo que insistieron en decir; “Nunca pida perdón.”