El tema del día era el resentimiento y el maestro nos había pedido
que lleváramos papas y una bolsa de plástico. Ya en clase, elegimos una papa
por cada persona que guardábamos resentimiento, escribimos su nombre en ella y
la pusimos dentro de la bolsa. Algunas bolsas eran realmente pesadas.
El ejercicio consistía en que durante una
semana lleváramos con nosotros a todos lados esa bolsa con papas. Naturalmente
la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo, y el fastidio de
acarrear esa bolsa en todo momento me mostró claramente el peso espiritual que
cargaba a diario y cómo, mientras ponía mi atención en ella para no olvidarla
en ningún lado, desatendía cosas que eran más importantes para mí.
Este ejercicio fue
una gran lección sobre el precio que pagaba a diario por mantener el
resentimiento por algo que ya había pasado y no podía cambiarse. Me di cuenta
que cuando le daba mucha importancia a las promesas no cumplidas me llenaba de
resentimiento, aumentaba mi stress, no dormía bien y mi atención se dispersaba.
Perdonar y dejarlas ir me llenó de paz y calma.
La falta de perdón
es como un veneno que tomamos a diario a gotas pero que finalmente nos termina
envenenando. Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro sin
darnos cuenta que los únicos beneficiados somos nosotros mismos.
El perdón nos
libera de ataduras que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. El perdón se
basa en la aceptación de lo que pasó. No significa que estés de acuerdo con lo
que pasó, ni que lo apruebes. No significa dejar de darle importancia a lo que
sucedió, ni darle la razón a alguien que te lastimó. Simplemente significa
dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo.
Si guardamos odio,
rencor, o resentimiento por ofensas que hemos recibido, estamos perpetuando
nuestro malestar y consumiéndonos, dejando de disfrutar el momento. Cada vez
que recordamos cualquier episodio que nos causa dolor, dejamos de vivir el aquí
y el ahora; dejamos de avanzar en nuestro desarrollo personal y peor aún, nos
estancamos en nuestro crecimiento espiritual.
La falta de perdón
puede disfrazarse con diferentes máscaras. Las personas a veces dicen con un
tono de enojo que ya han perdonado ofensas pasadas, pero su amargura evidente
las delata. La falta de perdón se puede alojar en tu corazón, y estar allí,
escondida. Las siguientes preguntas te ayudarán a examinar tu corazón para ver
si necesitas perdonar a alguien:
¿Esperas
secretamente que alguien reciba lo que se merece?
¿Todavía sigues hablando negativamente de esa persona a los demás?
¿Te complaces con fantasías de venganza, incluso leves?
¿Gastas tiempo pensando en lo que alguien te hizo?
¿Cómo te sientes cuando le sucede algo bueno a esa persona?
¿Has dejado de culpar a esa persona por la forma como afectó tu vida?
¿Te resulta difícil ser abierto y confiado con las personas?
¿Te enojas, te deprimes o te vuelves hostil con frecuencia?
¿Encuentras difícil o imposible pedir bendición a Dios para quién te ha
ofendido?
Siendo sinceros de corazón, podemos ejercitarnos en algunos pasos
para lograr liberarnos de la carga que significa el rencor y liberar a la otra
persona también.
Considera las
circunstancias que pudo haber vivido la persona que te ofendió, para llegar a
ser como es, o qué situación estaría viviendo para haber hecho lo que hizo, aun
intencionalmente.
Considera qué parte jugaste, o qué pudiste haber hecho para propiciar el
incidente.
Deja atrás el papel de víctima y continua con tu vida.
Recuerda las cosas positivas y buenas que te unieron a esa persona, los ratos
buenos y bellos que pasaste con ella, los momentos de amor, apoyo, consejo y
comprensión mutuos.
Pide al Señor que bendiga a esa persona, y que le muestre lo que hizo mal y se
arrepienta.
Libera a la persona con tu perdón. Así vas a liberarte a ti mismo por vivir en
el presente, en el aquí y el ahora.
“Si alguno ha
causado tristeza, no me la ha causado sólo a mí; hasta cierto punto -y lo digo
para no exagerar- se la ha causado a todos ustedes. Para él es suficiente el
castigo que le impuso la mayoría. Más bien debieran perdonarlo y consolarlo
para que no sea consumido por la excesiva tristeza. Por eso les ruego que
reafirmen su amor hacia él. Con este propósito les escribí: para ver si pasan
la prueba de la completa obediencia. A quien ustedes perdonen, yo también lo
perdono. De hecho, si había algo que perdonar, lo he perdonado por
consideración a ustedes en presencia de Cristo, para que Satanás no se
aproveche de nosotros, pues no ignoramos sus artimañas” 2 Corintios 2: 5-11.
Fuente:
Red-cristiana-blogspot.com
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