Mi padre se levantó cada mañana a las 5:30 a.m
por 52 años, excepto el domingo, para ira a trabajar. Por 52 años estuvo de
vuelta a las 5:30 p.m., como reloj, para cenar a las 6:00 p.m.
Todo lo
que pedía de mi como su hija, era sostener su martillo mientras reparaba algo,
para que pudiésemos tener un tiempo para conversar.
Nunca vi
a mi padre regresar enfermo del trabajo, ni tampoco tomarse una siesta. No
tenía entretenimientos más allá de cuidar de su familia.
Por 22
años, desde que dejé el hogar para ir a la universidad, mi padre me llamó cada
domingo a las 9:00 a.m. Siempre estuvo interesado en mi vida, sobre cómo le iba
a mi familia, y nunca le oí quejarse de su vida.
Hace
nueve años, cuando compré mi primera vivienda, mi
padre de 67 años, invirtió ocho
horas al día por tres días en el intenso calor de Kansas, pintándola.
No me
dejaba pagarle a alguien que lo hiciera. Todo lo que pedía era un vaso de té
frío, y que le sostuviese la brocha de pintura para poder conversar conmigo.
Pero yo estaba demasiado ocupada, tenía una práctica legal que ejercer, y no
podía disponer del tiempo para sostener una brocha o hablar con mi padre.
Hace
cinco años, a la edad de 71, otra vez en el sofocante calor de Kansas, mi padre
invirtió cinco horas armando un columpio para mi hija. De nuevo, todo lo que
pedía era que le llevase un vaso de té frío y le hablase. Pero nuevamente yo
tenía ropa que lavar y una casa que limpiar.
Una
llamada me llegó a las 4:40 p.m., ese día: mi padre estaba en el hospital en
Florida con un aneurisma. Tomé un avión de inmediato, y mientras iba en camino, pensé
en todas las veces en que no había tomado el tiempo para hablar con mi padre. Me di cuenta que yo no tenía idea de quién era
él o cuáles eran sus más profundos pensamientos.
Decidí
que al llegar, le compensaría por todo el tiempo perdido y tendría
una conversación larga y agradable con él para realmente conocerle. Llegué a
Florida a la 1 a.m.; mi padre había muerto a las 9:12 p.m. Esta vez fue él
quien no tuvo tiempo para hablar conmigo o tiempo para esperarme. En los años
desde su muerte he aprendido mucho acerca de mi padre, y aún sobre mí misma.
Como padre nunca
me pidió nada excepto mi tiempo; ahora
tiene toda mi atención, todos y cada uno de mis días.
Nos
cuesta a veces darle el tiempo precioso a quién realmente se lo merece. Sin
duda esas personas no nos niegan el suyo. Vamos hoy a decdicarle tiempo a quien
se lo merece.
Acuérdate
de los tiempos antiguos, Considera los años de muchas generaciones; Pregunta a
tu padre, y él te declarará; A tus ancianos, y ellos te dirán. Deuteronomio
32:7.
Fuente: sitiodeesperanza.com
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