Las mujeres reconocen la enorme necesidad humana por lo atractivo. Esta
necesidad básica es a menudo pasada por alto en nuestras vidas ocupadas.
Dios desea que toda mujer posea y exprese
la belleza
Belleza total! Parece como si toda la
Tierra cantara un himno de alabanza a la belleza creadora de Dios. Dios es el
creador de todo lo bello que existe, aun de las cosas bellas que el hombre y la
mujer pueden crear. Él fue el que inventó la belleza; fue Él el que dio al ser
humano, cuando lo creó a su imagen y semejanza, la capacidad de percibir,
apreciar, desear, crear y experimentar esa belleza.
¿Quieres ver por lo menos la sombra de la belleza de Jesús? ¿O ver la majestad
de la belleza que rodea el trono de Dios y del Cordero? ¿Quieres conocer su
concepto y su capacidad de crear la belleza? ¡Mira la creación! ¡Contempla lo
que Él ya ha creado!
Tú y yo, al ser llenas de Él, somos llenas
de belleza, de esa belleza que va mucho más allá de lo temporal. También es su
deseo que podamos ver la belleza que está aquí, a nuestro alcance, que nos
rodea constantemente, que nos reta a verla y a aprender de ella.
Quizás te asombres de los versículos del Antiguo Testamento que voy a usar.
¡Son muy importantes! Tan importantes que en el último libro de la Biblia, en
Apocalipsis, volvemos a encontrar otros que expresan cuadros similares a estos.
En Éxodo 39:1-3, 10-13, 30-31, leemos: “Del
azul, púrpura y carmesí hicieron las vestiduras del ministerio para ministrar
en el santuario, y asimismo hicieron las vestiduras sagradas para Aarón, como
Jehová lo había mandado a Moisés. Hizo también el efod de oro, de azul,
púrpura, carmesí y lino torcido. Y batieron láminas de oro, y cortaron hilos
para tejerlos entre el azul, la púrpura, el carmesí y el lino, con labor
primorosa”.
“Y engastaron en él cuatro hileras de
piedras. La primera hilera era un sardio, un topacio y un carbunclo; esta era
la primera hilera. La segunda hilera, una esmeralda, un zafiro y un diamante.
La tercera hilera un jacinto, una ágata y una amatista. Y la cuarta hilera, un
berilo, un ónice y un jaspe, todas montadas y encajadas en engastes de oro”.
“Hicieron
asimismo la lámina de la diadema santa de oro puro, y escribieron en ella como
grabado de sello: Santidad a Jehová. Y pusieron en ella un cordón de azul para
colocarla sobre la mitra por arriba, como Jehová lo había mandado a Moisés”.
¡Oro! ¡Piedras preciosas! ¡Obra de
recamador, como el Señor lo había mandado! ¡Qué descripción tan magnífica de la
belleza! Aquellos que habrían de venir delante de la santidad de Dios, debían
tenerr una conciencia clara de la belleza de esa santidad.
La santidad de Dios está rodeada de lo más
bello que el hombre puede
concebir, ¡y aún más!
Quizás tú, como yo un día, te digas a ti
misma que no tienes esa riqueza para venir delante de Dios… ¡pero sí la tienes!
Porque en Cristo, Él te viste con su justicia, con pureza, limpieza,
magnificencia y la belleza de esa justicia te cubre y te permite venir ante la
santidad de Dios.
¿Por qué tal extravagancia de riquezas y
belleza? Era Dios mismo el que ordenaba que así lo hicieran. ¿Por qué? Porque
Dios quería recordar al pueblo, y a aquellos sacerdotes que vendrían a su
santuario a ministrarle, que Él es un Dios Santo, especial, único y supremo,
lleno de poder y de belleza.
¡Era un privilegio para ellos venir ante su
presencia!
¡Cuánto tenemos que aprender nosotras las mujeres de esta enseñanza! En
relación con Dios siempre estamos ante su presencia. Pero ¿qué, cuando venimos
a Él? ¿Qué pensamos de ese Dios cuando venimos a adorarlo, a expresarle nuestra
admiración y gratitud, adoración y alabanza?
Déjame usar un ejemplo para expresar lo que
quiero decirte. ¿Has tenido alguna vez una cita cumbre, un momento tan especial
que por varios días llegó a ocupar los pensamientos de tu mente y la ilusión de
tu corazón? Quizás lo viviste de niña, de joven o de mujer adulta.
Para ese momento querías lucir lo mejor, lo
más bella que podías. ¿Lo recuerdas? Tal vez ni siquiera has vivido este momento
en la realidad, solo en sueños. No importa. De todas maneras podrás
comprenderme.
¿Recuerdas con qué cuidado y esmero
buscaste entre tu ropa –o la compraste nueva, o la diseñaste en tu imaginación–
aquella que te pondrías para esa ocasión. Querías estar espléndida…
¿Te has preguntado alguna vez por qué era para ti tan importante cómo lucirías
en esa ocasión? No me refiero aquí de lo que todas sabemos son las reglas de
vestir para una fiesta, para un trabajo especial o para la oficina, aunque
estas reflejan también los motivos principales que voy a mencionar. Hablo de
momentos verdaderamente especiales para ti.
Considero que hay dos motivos de los que
pocas veces estamos conscientes y que nos mueven a querer lucir lo mejor para
estos momentos:
1. El instinto natural que nos pide
expresar exteriormente lo que para nosotros es la grandeza de ese momento.
2. El sentimiento de que la forma en que
lucimos dice al otro cómo y qué sentimos hacia él.
Estoy completamente convencida de que la belleza es una parte integral de la
naturaleza de Dios. Es por eso que Él ha puesto en nosotros la capacidad de esa
belleza. Casi todas las descripciones que la Biblia hace de la presencia de
Dios están llenas de una exuberante belleza y de luz.
Lee cuidadosamente los pasajes que siguen.
Los dos son descripciones que encontramos en la Biblia de la persona de Jesús:
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los
llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció
su rostro como el sol y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo
17:1-2).
“Y me volví para ver la voz que hablaba
conmigo; y vuelto, vi siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre,
vestido de ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto
de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus
ojos como llama de fuego. Y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente
como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Tenía en su diestra siete estrellas; de su
boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando
resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:12-16).
¿No te llenas de admiración y asombro ante
estas descripciones?
Luz, tan intensa que ciega los ojos; blancura tal como no es conocida ni
posible en la Tierra.
Vestuario real, con cinto de oro ceñido por su pecho; ojos de fuego; rostro
resplandeciente. Ciertamente es una descripción profunda de la santidad y el
poder de Jesús. ¡Pero bañada y rodeada de belleza! Belleza magnífica e
inigualable en la Tierra.
Verdaderamente creo que cuando comprendemos
toda la belleza de la persona de Jesús, no podemos dejar de desear expresar esa
belleza, si es que Él vive en nosotros. Quizás dejemos de expresarla, si hemos
sido enseñadas que la belleza es pecado o vanidad.
Tal vez podemos dejar de expresarla si nos
vemos a nosotras mismas como basura, incapaces de mostrar en forma exterior
alguna, la belleza de Dios. Pero ninguna de estas afirmaciones es cierta. El
problema no es la belleza. El problema es lo que para ti y para mí se convierte
en la fuente de esa belleza.
Veamos el pasaje de Proverbios 3l:21-25: “No tiene temor de la nieve por su
familia, porque toda su familia está vestida de ropas dobles.
Ella se hace tapices; de lino fino y
púrpura es su vestido. Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta
con los ancianos de la tierra. Hace telas y vende, y da cintas al mercader.
Fuerza y honor son su vestidura; y se ríe de lo porvenir”. Aquí tienes la
descripción física, espiritual y social de la mujer virtuosa. ¿Cómo la ves?
Estudiémosla físicamente primero.
1. Ella se hace tapices. ¡Ella embellece su
casa con alfombras y colgaduras hermosas!
2. Su vestidura es de lino fino, lo mejor que podía comprar. Púrpura parece ser
su color favorito; la realidad es que este es un color que denota realeza y era
usado como máxima expresión de la belleza.
¿Recuerdas las vestiduras de los que
entrarían en el Santuario? Lino blanco y fino… púrpura y piedras preciosas era
el adorno que llevaban. Sí, esta mujer virtuosa aprecia y busca la belleza
física para ella y para su casa. Ella sabe que esta belleza es un regalo de
Dios; entiende que la belleza es parte de la naturaleza de Dios y que ese Dios
que la ama desea traer a su vida, interior y exteriormente, toda la belleza de
su presencia.
Dios ama y desea la belleza en una mujer
virtuosa. No trato de hacer de ti una mujer vanidosa. ¡Créelo! Tampoco quiero
levantar tu ego o ponerte metas falsas que nada
tienen que ver con lo que Dios desea
para nuestras vidas. ¡No!
La Palabra de Dios es muy clara en cuanto a
la belleza física. En Proverbios 31:30 leemos que “engañosa es la gracia, y
vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, esa será alabada”.
1. Esta belleza es pasajera. No es mala, es pasajera. Es solo temporal. No
puede, por lo tanto, definir nuestra vida, ni mucho menos ser lo que nos da
valor y sentido. Nunca puede ni debe tomar el lugar central de nuestra
atención.
2. Esta belleza es engañosa. Una mujer
puede lucir hermosa como un ángel y puede estar llena de odio, amargura,
resentimiento, lujuria y maldad en su interior.
Esta belleza es también engañosa porque, si
toma el lugar central de nuestra vida, o es usada para definir nuestro valor
como mujer y como persona; si se convierte en algo focal y máximo motivador de
la vida de una mujer, entonces llevará a esa mujer a ser superficial, vanidosa
e idólatra de su propio ego.
Un ídolo que estará vacío y que se
derrumbará al pasar los años, y dejará tras sí a una personalidad quebrada que,
por vivir solo para lo externo y temporal, habrá construido la casa de su vida
sobre la arena, y ahora la ve derrumbarse.
Pienso que esta es una de las razones por
las que tantas mujeres hermosas del mundo de Hollywood se suicidan o caen en el
alcoholismo o en la depresión.
¡Es de vital importancia analizar los
ídolos que admiramos! Creo también que la obsesión por la belleza externa de la
mujer –y aun del hombre en nuestros días– ha venido a convertirse en un arma
poderosa en las manos de Satanás.
La mujer se ha transformado –o por lo menos así nos lo quieren mostrar todos
los medios de comunicación, las películas y multitud de libros– en un animal de
exhibición; un instrumento de lujuria para satisfacer las pasiones carnales de
hombres que ni se aman a sí mismos –porque ni siquiera se conocen– y ni saben
para qué fueron creados, así que mucho menos podrán amar a estas mujeres.
Estoy consciente de que utilizo palabras duras y fuertes.
¡Las he escogido cuidadosamente! Porque
creo que la situación en que vivimos es también dura y fuerte. Lo triste es que
tantas mujeres caen, casi desde niñas, en este engaño. El engaño de lo que
parece ser la meta, el sueño dorado que nos llevará a la máxima felicidad y a
la máxima plenitud en la vida de una mujer.
¡Qué trágica mentira! Sin embargo, tenemos
que mirar el peligro que implica lo opuesto; lo que niega el valor, la
necesidad, la bendición y la plenitud de la belleza en la vida de una mujer.
¡Eso es también un engaño! Es una mentira de Satanás diseñada para crear un vacío
lleno de tristeza, angustia y temor en la vida de una mujer.
¡Dios te creó mujer! y como tal, Él puso en
tu corazón y tu persona la posibilidad de reflejar su gloria. También puso en
ti la necesidad de crear un santuario donde pudieras expresar la belleza que Él
crea en ti. Volvamos a lo que dijimos antes: el problema no es la belleza, sino
cuál es la fuente y la meta de esta.
La fuente de la belleza
El Espíritu Santo mora en mi espíritu si yo he ido a Cristo y nacido de su
Espíritu. Y por medio del bautismo del Espíritu Santo, este se derramará sobre
mi alma. Yo, entonces, no puedo (¡y no debo!) dejar de reflejar la gloria de su
Espíritu a través de mi persona física. No puedo ni debo limitar la expresión
de su belleza a través de mí.
La misma belleza que Él creó en el mundo
que vemos, es la que Él crea en ti. No solo una
belleza aparente y temporal, sino una belleza real, basada en la realidad de su
presencia y de su concepto de belleza en todas los aspectos de la vida.
Durante mi vida en el ministerio he
convivido quizás con algunas de las personas más pobres de la Tierra. Sin
embargo, aquellas mujeres y hombres que han tenido un encuentro real y un entendimiento
y entrega al Señor Jesús, comienzan a transformarse físicamente. Sus rostros
cambian, su apariencia cambia. La gloria de Dios se refleja en ellos al grado
más alto, con la mayor belleza que pueden expresar.
En su libro titulado Messie No More (“Nunca
más desordenada ni descuidada”), la fundadora de la organización Desordenadas
Anónimas, tiene palabras que han sido una bendición para mí. Quisiera
comunicarte algunas de ellas:
“¿Por qué es la belleza tan importante? ¿Por qué anhelan nuestras almas la
belleza? ¿Qué es, al final de cuentas, la belleza? La belleza es aquello que
afecta a nuestros sentidos en forma tal que nos hace sentir gozo, felicidad o
placer.
Dios creó la belleza tomando en cuenta
nuestro placer. Cuando Él plantó un jardín creó un árbol con dos
características: agradable a los ojos y bueno para comer. Era decorativo y
práctico. La belleza es el misterio y el encanto creados cuando el placer que
sentimos y el mundo visual se unen.
Este misterio emana del espíritu de la
persona que la crea y, a su vez, alimenta su espíritu, así como el de aquellos
con quienes ella comparte su creación. Esto es lo que deseamos en nuestros
hogares: misterio, belleza, placer, alimento espiritual. Pueden ser nuestros.
La belleza puede fluir de nuestro espíritu y llenar nuestros hogares trayendo
gozo a todos los que entren en él.
Cuando comenzamos nuestra búsqueda de
embellecer lo que nos rodea, nos sentiremos como si estuviéramos trasladándonos
de un lugar desértico donde la luz del sol nos ciega, a un jardín sombreado y
hermoso. Experimentaremos un sentimiento de equilibrio y frescura. La vida nos
parecerá más valiosa, más balanceada, y nos sentiremos menos tensos.
Cuando la belleza viene a nuestro hogar,
nos reflejamos y comenzamos a ver todo lo que nos rodea sin que nuestra visión
sea limitada a unas pocas cosas agradables”.
La belleza nos saca de la depresión y del
cansancio. En su libro The Emotional Phases of a Woman’s Life (“Las facetas
emocionales en la vida de una mujer”), Jean Lush escribe acerca de la necesidad
de la mujer por la belleza, de esta forma:
“Las mujeres reconocen de alguna forma la enorme necesidad humana por lo
atractivo. Esta necesidad básica es a menudo pasada por alto en nuestras vidas
ocupadas.
Sabemos que nuestras necesidades básicas
incluyen comida, ropa, casa y quizás compañerismo, pero rara vez consideramos
la belleza como un artículo necesario… La falta de belleza –la fealdad– trae
tristeza a nuestro espíritu. El desaliño y el desorden nos agotan. La belleza
crea energía, levanta el espíritu”.
Creo de todo corazón que solo un espíritu
falso de religiosidad es el que pervierte la enseñanza de Dios acerca de la
belleza. Creo también, sinceramente, que solo un espíritu de rechazo a nosotras
mismas, o un espíritu de depresión –¡ambos enemigos de tu alma! – es lo que
puede engañar a nuestro espíritu para no desear expresar y reflejar toda la
belleza de la que somos capaces.
En tu casa –¡tu santuario!–, como mujer
virtuosa, tú puedes y debes expresar toda la belleza que puedas. Conviértela en
un lugar que refleje la belleza de Dios; transfórmala en un lugar donde cada
rincón hable de su gloria. ¡No para tu vanagloria, sino para la gloria de Dios!
Extraído del libro “Mujer de Plenitud” por
María Puerta Wolcott, Editorial Betania.
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