
La madre de Yasmín está desesperada, no consigue que su hija haga
absolutamente nada, todo lo deja para mañana y siempre tiene la misma
respuesta: “Ya lo haré”. “Acabo haciéndole la cama, recogiendo sus
cosas, ordenando su habitación, porque, si fuera por ella, lo dejaría todo sin
hacer”. Con los deberes escolares le pasa algo parecido: acaba de comenzar la
Universidad y se le acumula el trabajo, siempre entrega los trabajos a última
hora y no le da tiempo a prepararse los exámenes.
Lo que hace Yasmín,
y muchos adolescentes, se llama “procrastinación” (del
latín cras,
mañana), o lo que es lo mismo, dejar para mañana lo que hay que hacer hoy. El
postergar lo que tenemos que hacer no es tanto una cuestión de desidia, sino de
una deficiente percepción del tiempo, algo que es
normal en la adolescencia.
Se puede decir que los adolescentes no han aprendido a manejar
el tiempo como lo hemos hecho los adultos, aunque no todos, porque
también nosotros somos muchas veces presas de la procrastinación.
Un adolescente puede estar
agobiado porque le falta tiempo y, al día siguiente, perderlo inútilmente
porque cree que tiene todo el tiempo del mundo.
Cuando
un adolescente dice “Ya lo haré” no
quiere decir que no lo quiera hacer, sino que algo más importante, para él,
toma la delantera en la jerarquía de sus intereses.
Desafío: ¿Cuándo,
cómo, dónde… lo harás?
1.
Sólo hay una forma de
desafiar esa expresión y consiste en acotarla al máximo.Se trata de no caer en la
típica discusión:
– ¿Cuándo vas a
preparar la mochila?
–
¡Ahora!
–
¿Y cuándo es ahora?
–
Pues, ahora, pero espera un momento.
–
O sea que no es ahora.
–
Sí, en cuanto acabe esto
[un vídeo que está
viendo, por ejemplo].
–
Bueno, vengo después a ver si la has hecho.
El resultado suele ser que,
al cabo de un rato, la mochila sigue igual y se vuelve a iniciar
la conversación exactamente con las mismas palabras y la misma conclusión.
Para no llegar a lo mismo, debemos provocar un compromiso, es
decir, conseguir que nuestro hijo o hija se comprometa con lo que
dice que va a hacer. Ese compromiso debe contener las máximas concreciones posibles: cuándo,
cómo, dónde, con quién, etc… lo vas a hacer. Porque, cuanto más abstracto es
algo, más fácil es dejarlo para mañana.
2.
Establecer una jerarquía de
intereses.Es bueno que escriba
lo que le interesa: amigos, salidas, estudios, música, familia, deporte… y lo
ordene jerárquicamente. Pueden ocurrir dos cosas: que el orden que ha
establecido justifique dejarlo para mañana, lógicamente porque está al final
del ranking, o que exista una incoherencia entre sus intereses y sus acciones,
que también puede ocurrir.
3.
En este caso, debemos
hacerle ver la diferencia entre la coherencia y la funcionalidad. Se puede ser coherente y
no funcional, es decir, que nuestra coherencia nos lleve a una situación no
deseable, como es el caso de dejarlo todo para mañana. Si los estudios o el
trabajo los colocamos al final del ranking, tendremos dos opciones: o hacer que
suban para ser coherentes o ser incoherentes por mor de la funcionalidad, ya
que no podemos vivir sin estudiar o trabajar.
4.
Puede ocurrir también que
nuestro hijo o hija esté acostumbrado/a a que siempre lo ha tenido todo hecho, siempre hemos acabado
nosotros de hacerle la cama, recoger sus cosas, hacerle los deberes… Ahora, por
supuesto, resulta muy difícil conseguir que lo haga. Quizá no nos hemos dado
cuenta de que toda ayuda innecesaria es una limitación y no hemos acertado con
el ejemplo; no obstante, no está todo perdido, por supuesto que no, ya que
siempre se puede recomenzar, es cuestión de tenerlo claro, de quererlo y de
hacerlo desde una posición optimista. Siempre se puede reiniciar:“A
partir de ahora, las normas son éstas”. Lógicamente, es más fácil
hacerlo a los 10 años que a los 15, pero se puede, es cuestión de combinar
la exigencia con la flexibilidad y la determinación con el humor,
así como estar convencidos de que es bueno para todos, y, sobre todo, para
nuestros hijos.
5.
Toda exigencia debe
culminar en autoexigencia. Exigimos a nuestros hijos
para que acaben exigiéndose a ellos mismos. De nada sirve conseguir que hagan
las cosas bajo nuestra supervisión, si no conseguimos que las hagan motu
proprio, por propia iniciativa cuando no les estamos controlando. Para ello,
debemos ir desapareciendo poco a poco, vigilar desde la distancia, hacer que
ellos mismos controlen los resultados de sus acciones, que ellos mismos acaben
supervisándolas y no nosotros; al fin, conseguiremos que quieran hacer lo que
hacen y no que hagan lo que quieran.
6.
Fomentar el trabajo en
equipo.El trabajo en equipo
en cualquier ámbito, sea académico o deportivo, es muy positivo porque cada uno
es responsable del resultado final, de modo que si uno no cumple su cometido,
afecta a los demás. Los adolescentes que lo dejan para mañana suelen
tender al individualismo y a no implicarse en proyectos comunes, porque saben
que pueden decepcionar a los demás.
7.
Por supuesto, tener un
horario ayuda mucho. Cuanto más le cuesta hacer las cosas, más detallado ha de ser su
horario. No estamos encorsetando su creatividad, sino encauzando
su voluntad. Conforme vaya reforzándola iremos generalizando el horario,
sin hacerlo desaparecer, pues todos necesitamos uno.
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